La historia de cada uno de nosotros como hijos está en cierto sentido escrita desde antes de nuestro nacimiento. Frases como “esperábamos la nena, pero bueno lo queremos igual”, “gracias a él sigo con mi pareja, porque sino ya estaríamos separados”, “este chico siempre me dio problemas, ya desde que lo tuve en la panza es así”, “él va a concretar todo lo que yo no pude y tendrá todo lo que yo no tuve” son a menudo una expresión del deseo que operaba en nuestros padres desde la misma concepción.
Para acercarnos al niño en un proceso psicodiagnóstico o psicoterapéutico es fundamental prestar atención a los acontecimientos, reales o imaginarios, que acompañan la biografía del niño.
Aún así debemos saber que estos hechos no predeterminan en absoluto la historia de una persona. Una circunstancia aparentemente muy grave cómo la pérdida de la madre a una edad temprana, puede ser vivida traumáticamente por un niño, o bien ser superada sin consecuencias gracias a la presencia de un marco familiar contenedor.
El deseo de los padres ocupa un lugar fundamental en la historia de un niño. Al hablar de deseo hacemos alusión no sólo a las expectativas proyectadas hacia el hijo, sino también a los componentes inconscientes que subyacen tras la voluntad (o no) de engendrarlo y de amarlo.
Las expectativas conscientes de los padres también son importantes, pues en ellas está en cierto modo perfilado el papel del futuro hijo en el grupo familiar. “Es igualito al padre, no podés esperar nada de él”, “Es tan vivaracho por lo chiquito que es, va a ser muy inteligente...”. Estas son etiquetas que nos van acompañando desde nuestros primeros días, y que marcan en nuestra historia vital un hito importante.
La situación socio – cultural en que se encuentre la pareja, familia o la madre que recibe al niño también es un aspecto condicionante, ya que la perspectiva de un embarazo en un medio económico carente puede ser vivida con rechazo y pesadumbre.
La llegada de un hijo no supone únicamente un esfuerzo material, sino que exige también la disponibilidad emocional y afectiva adecuada para desearlo y aceptarlo por lo que es, no por lo que representa, y reclama tiempo necesario para estar con él, presencia y palabra, cuidado y afecto, encuentro...
La constitución de la subjetividad de la persona y de su propio mundo interno no puede prescindir del deseo del otro, que lo convoque, que lo sostenga, que lo llame, que lo nombre, que lo necesite y que lo contenga en sus primeras necesidades...
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