martes, 23 de febrero de 2010

Función materna



En los orígenes de la constitución subjetiva se encuentra el Otro, como condición y como posibilidad. Este Otro, del que nos habla Lacan, que nutre, asiste, arrulla, mima, alimenta, toca, abriga, habla, imagina a su bebé, acompaña el cuidado de sus necesidades básicas como sólo otro ser humano con una subjetividad constituida puede hacerlo. En esta asistencia de la vida y de su capacidad de autoconservación, el Otro introduce algo radicalmente distinto de lo biológico, que será el motor de la complejización psíquica.
En este sentido el Yo sólo puede constituirse en la medida en que el contacto haya acontecido y haya encontrado maneras de tramitación y ligazón de lo que allí se produce.
Los primeros tiempos en la vida de un niño dependen de los contactos con su madre o con quien ejerza esa función, y transcurren a partir de ellos. El mundo se presenta por contacto, siendo la falta del mismo la raíz de algunos cuadros psicopatológicos, como los descriptos por Rene Spitz: casos de marasmo, hospitalismo, o bien los casos que propone la literatura de niños salvajes u hombres lobos.
Freud nos habla de la instauración de la sexualidad a partir del placer, la pulsión y la relación que se genera con la madre en el momento del amamantamiento, por ejemplo.
La función materna establece un vínculo donde circulan corrientes pulsionales y donde además la madre permite al hijo ligar, conectar sus primeros impulsos, complejizando sus respuestas más reflejas. Se produce así una apertura del psiquismo, ya que la madre ofrece una imagen identificatoria, aportándole sentidos, significados...una imagen de ese niño que será proyecto, anhelo, filiación. De esta forma la función materna codifica y transmite significaciones sobre el niño. Es la madre la que decide si el niño tiene frío, hambre, sueño, si está triste, contento, sensible, si hoy prefiere plaza o vereda, y así sucesivamente.
En esta instancia de los primeros constantes el mayor esfuerzo de la madre no es el de la decodificación del mensaje del niño, sino de “codificar” sus necesidades, ponerles un nombre, otorgarle una prioridad, asignarle un objeto que la satisfaga.
La palabra materna porta un flujo creador de sentido que se anticipa en mucho a la capacidad del niño de reconocer su significación y de retomarla por cuenta propia.

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